La filosofía, en todas sus vertientes, a lo largo de su historia, ha estado
siempre ocupada por determinados temas, por objetos precisos que
fueron la preocupación de los grandes –y también de los pequeños– pensadores.
Lo importante, entonces, es no perder de vista esa perspectiva temática:
la pregunta por el objeto, por aquello que da sentido a las teorías y corrientes filosóficas.
No se trata simplemente de saber qué opinaban ciertos autores, sino de comprender que tales
opiniones adquieren sentido solo en relación con los problemas y significados a los que se dirigen.
Esto suele revelarse de modo paradójico en los exámenes, cuando se le pregunta a un estudiante:
¿qué sostiene Kant?, ¿qué sostiene tal autor?, ¿y usted qué piensa de eso?
Y de pronto se produce un silencio. Pero no podemos dejar de reflexionar
sobre estas temáticas. Son precisamente ellas las que dan sentido a la filosofía.
El tema de esta podcast, entonces, es: ¿qué es la metafísica? Una disciplina que,
dentro de la tradición filosófica, ha sido presentada como la forma más alta del saber,
y que otras veces ha sido despreciada como una mera elucubración fantástica.
Todo en ella parece ser discutido y discutible:
las opiniones oscilan desde considerarla una disciplina fundamental de la filosofía hasta
rebajarla a un residuo de pensamiento mitológico, religioso, o a una mera construcción lingüística.
Así, nos aproximamos a la filosofía contemporánea. Al polémico término “metafísica” se le vincula,
entonces, un discurso que gusta de llamarse a sí mismo “antimetafísica”, de la misma manera en que
hoy se proclama una era “postmetafísica”, concepto acuñado por Jürgen Habermas.
Toda metafísica forma parte de esta extraña constelación semántica que
articula los términos “metafísica”, “antimetafísica” y “postmetafísica”.
Sería verdaderamente extraño encontrar hoy un libro titulado simplemente Tratado de Metafísica,
y esto se debe, en parte, a la crítica lingüística y al hecho de que el término
ha pasado de moda. En todo caso, un libro que llevara la palabra “metafísica” en su
título –o incluso en su subtítulo– tendría que ofrecer inmediatamente una aclaración:
no contamos hoy con consensos claros acerca de qué significa exactamente ese término. Por eso,
toda exposición sobre la metafísica debe incluir una dimensión histórica y ofrecer,
al mismo tiempo, un panorama acerca de la evolución y el sentido del término.
Pero además, en un plano sincrónico –es decir, contemporáneo, simultáneo– también
existen diversas versiones, diferentes concepciones de la temática metafísica.
Si uno toma como ejemplo, por ejemplo, la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía
–una obra monumental de consulta en la que participaron autores de México, Argentina,
España y, si no me equivoco, también del Perú– encontrará allí no un único tratado de metafísica,
sino varios tomos dedicados a las concepciones de la metafísica.
Es decir, no solamente a opiniones fundadas y diversas sobre sus objetos,
sino a distintas maneras de entender, incluso, qué deberían ser esos objetos.
Todo, insisto, aparece aquí como materia de controversia.
Para entender la intención, o el proyecto, que subyace a esta disciplina,
debemos recorrer su historia, porque lo que ha sido entendido como indagación
metafísica no ha sido siempre lo mismo. Esta “aventura metafísica”,
por llamarla de alguna manera, ha sido una y otra vez objeto de cuestionamiento.
En esta primera parte, entonces, voy a ofrecerles un breve panorama
de la temática de la disciplina desde los griegos… Claro que será a vuelo de pájaro;
no pretendo exhaustividad. Pero sí quiero centrarme en algunos aspectos controvertidos
que considero relevantes para la temática del curso y para la manera en que lo vamos a abordar.
Me interesa mostrar cómo se define originariamente el campo de estos estudios,
qué asociamos al nombre “metafísica”, y cómo sus temas y problemas se perfilan y transforman. Me
limitaré a destacar algunos rasgos significativos de aquellas etapas que considero decisivas.
En una segunda parte, intentaré precisar qué tienen en común estas distintas etapas,
estas diferentes teorías y autores que se han dedicado a tales cuestiones.
Por último, pasaré revista –también de forma muy general– a algunos motivos centrales de
las principales críticas dirigidas a la metafísica. En primer lugar,
desde lo que se ha llamado el “empirismo radical”; en segundo lugar, desde lo que podría denominarse
“la secularización de lo absoluto”. Este término, “absoluto”, solemos asociarlo,
quienes hemos leído sobre filosofía moderna, con el idealismo alemán. El “absoluto” se presenta
como una noción estrictamente metafísica, más allá de la cual no cabe ya ningún otro principio.
Vamos a hablar, repito, de la secularización de ese absoluto:
del giro que toma la filosofía con autores como Feuerbach, Nietzsche y Marx. Son pensadores
profundamente antimetafísicos, al menos en su intención declarada.
Finalmente, abordaré la crítica a la metafísica desde el llamado “giro lingüístico” y, en sentido
paradigmático, me detendré particularmente en el anuncio reciente –como dije antes, formulado por
Habermas– del ingreso en una era “postmetafísica” que caracterizaría a la contemporaneidad.
Entonces, la cuestión que se plantea es: ¿cómo mostrar la irrenunciabilidad y la vigencia de las
preocupaciones metafísicas?, porque, de alguna manera, tengo que defender la cátedra. Repito:
quiero mostrar que las preocupaciones metafísicas siguen siendo insoslayables en el pensamiento
contemporáneo, aunque ya no bajo las formas tradicionales que adoptaron en la filosofía
griega, en la Edad Media o en la Modernidad. Esas preocupaciones deben ser reformuladas.
El eje central de esta podcast, entonces, es el siguiente: quiero mostrar que la
crítica radical a ciertas concepciones de la metafísica forma parte de un pensamiento que,
sin embargo, no puede renunciar a ciertas creencias fundamentales sobre lo que hay,
sobre cómo está constituida en última instancia la realidad. Y que, por lo tanto,
lejos de anunciar el fin –tantas veces declarado– de la teoría metafísica, lo que
estas críticas inauguran es una transformación profunda en el modo de abordar estos problemas.
Repito, lo que quiero desarrollar es que, en el fondo de toda crítica radical a la metafísica,
hay creencias sobre la constitución del mundo, de la realidad. Incluso
estas críticas no pueden renunciar a esas creencias. Y ya veremos,
en el caso del escepticismo, cómo esta situación se vuelve aún más compleja.
En otras palabras, la crítica de la metafísica se inspira, a mi modo de ver, en la convicción de que
las cosas son de otra manera. O, al menos, en la sospecha de que no son como ciertas teorías las
han presentado. Pero incluso para el escéptico más radical, resulta difícil renunciar completamente a
alguna creencia o convencimiento sobre cómo es, al menos, el mundo. O, en todo caso,
sobre cómo no es. El escéptico tampoco puede renunciar a la creencia de que el mundo no
es de determinada manera. No puede renunciar a su propio escepticismo como una forma de acercamiento
a lo que considera verdadero. O, mejor dicho, al hecho de que su propia posición es, en todo caso,
más honesta frente a la verdad. Y que, por lo tanto, vale la pena defenderla. ¿Se entiende?
En todo caso, llama la atención el hecho de que a la crítica radical le sigue, no la erradicación
definitiva de la práctica de la filosofía de aquello que se critica, sino su reformulación.
Entonces, declaro por ejemplo en el proyecto de Kant una metafísica crítica frente a la metafísica
dogmática. ¿Es Kant un autor metafísico? ¿O es antimetafísico? No es fácil afirmar ni
una cosa ni la otra. Tenemos elementos para ambas cosas. En todo caso, hay una reformulación. Algo
parecido podemos encontrar en la metafísica descriptiva de Strawson, en la que el autor,
partiendo de un punto de vista analítico, trata de volver a darle sentido a este tránsito en el
inesperado renacimiento de temas metafísicos en el marco de la filosofía analítica.
Bueno, vamos entonces al origen de esta palabra que, como ustedes saben, Aristóteles no conocía:
la palabra “metafísica”. La palabra tiene su origen en la perplejidad del editor del material
escrito o, como ya saben algunos, ya estaba siendo utilizada en ciertos círculos aristotélicos para
dar cuenta —¿de qué?— del estudio de ciertos entes que, en todo caso, son difíciles de clasificar.
¿Qué ciencia se ocupa de eso? Ciertos entes en cierto sentido suprasensibles.
Ahora vamos a ver que el término “suprasensible” se puede entender de diferentes maneras. Lo cierto
es que la desorientación bibliotecológica del señor Andrónico de Rodas, un editor del siglo
I a. C., que no sabía cómo catalogar una serie de libros aristotélicos,
es compartida también —esta perplejidad— por el lector contemporáneo, ante la heterogeneidad
de los 14 textos de Aristóteles que aparecen clasificados bajo este rubro:
“Metafísica”. No resulta tan fácil establecer cuál es la conexión interna de estos libros,
y es altamente probable que no necesariamente haya alguna.
Aristóteles habla, a su juicio por lo menos, de cuatro sentidos diferentes —si
bien suelen considerarse tres— del texto que, a partir del libro “Alfa”, llama:
“La ciencia buscada”, caracterizada como sabiduría teórica superior.
A partir del libro “Gamma”, se habla de saberes prácticos, filosofía primera.
Entonces, si tenemos una filosofía primera, tenemos una filosofía segunda. Filosofía
primera como la búsqueda de un saber no solo fundamental, sino fundante. Son estos sentidos
los que han fundado la tradición metafísica, y vamos a examinarlos ahora con detenimiento.
Tal como aparece en el libro “Alfa”, se trata de una ciencia de las primeras causas. Ahora bien,
¿qué es una ciencia de las primeras causas y principios? ¿Cómo la podemos entender?
¿Causa de qué? ¿En qué sentido son “principios”?
Si está hablando de las primeras causas y principios,
quiere decir que para él hay causas más importantes que otras.
Todas las ciencias se ocupan de causas, pero en este caso se ocupa de las primeras. Y aquí podemos
entender la tarea central de la metafísica como la búsqueda de un principio. En este
sentido es ontológica, si bien ontología como concepto surge mucho después, en el siglo XVIII.
El sentido aquí es que hay algo así como una causa primera, algo fundamental en el cosmos,
en el universo, y tiene que haber una ciencia que se ocupe de esto. Podemos decir, en ese sentido,
que la metafísica es un aspecto de la teología filosófica, si entendemos como primera causa.
¿Causas y principios de qué? Teniendo en cuenta el contexto del discurso de Aristóteles,
se podría pensar que se trata de causas y principios del cambio. Esto es lo fundamental.
El cambio en todas sus formas: el movimiento, la transformación, la metamorfosis. El cambio
que percibimos permanentemente y que nosotros mismos somos de alguna manera.
Las causas del cambio, de la transformación que sufren las cosas, pero también de que algunas
cosas no cambian. Entonces, la causa tanto del cambio como de aquello que permanece.
Algunas cosas no cambian y pueden cambiar. En el caso de Aristóteles, él puede estar pensando
en la esfera celeste, en las estrellas. Pero también piensa en ciertos principios lógicos,
como por ejemplo en el principio de no contradicción. Parece que eso es algo que no
cambia y puede cambiar. Esto lo verán más adelante porque es un tema que nos va a ocupar en el curso.
¿Qué sentidos establece Aristóteles? Una teoría de lo que son primeras causas y primeros principios
se caracteriza por ser algo más allá de lo cual no podemos ir. Como es “principio”,
no lo podemos explicar. ¿Por qué? Porque es un principio. Podemos explicar por
medio de principios, pero no podemos explicar los axiomas de los principios.
Pero van a ver, sin embargo, que Aristóteles trata de encontrar cierta
explicación acerca del funcionamiento de estos principios. En todo caso,
esto es un tema del campo de estudio de la metafísica.
¿En qué sentido son primeras causas?
La respuesta nos viene dada por una segunda caracterización de la metafísica,
precisamente a partir del libro IV, del libro “Gamma”: la ciencia del ente en tanto ente.
Una forma extraña y difícil de entender para sus contemporáneos, como nos resulta
ahora. Si le comentan a una persona por la calle que están estudiando “el ente en tanto
ente”, no creo que le quede claro de qué se ocupan. No queda muy claro tampoco; por eso,
vamos a tener que establecer en qué sentido Aristóteles entiende lo de “ser en tanto ser”,
que es otra traducción. Una expresión que acarrea serias dificultades de comprensión.
Porque tenemos que aclarar qué significa la palabra como “ser” o como “es”,
y ese sí es un tema central de la historia de la metafísica. La palabra “ser” la podemos
ubicar en el vocabulario central de la teoría de la metafísica.
Entonces, ¿qué quiere decir esta palabra “ser” o “ente”? Que resulta artificial en nuestro idioma,
que no forma parte de nuestro lenguaje natural, y que apenas aparece en expresiones
como por ejemplo: “Ente Regulador de la Ciudad de Buenos Aires”.
La mención resulta en este caso oscura:
“ente” parece significar aquí alguna forma de organismo gubernamental.
Podemos sacar algunas conclusiones de esto. La Metafísica no se ocupa —de acuerdo con esta
concepción—, tal como sucede con la Ética, con la Estética o con otras disciplinas filosóficas,
de un objeto claramente definido, ¿no? Sino que se ocupa, en una primera aproximación, de manera
transversal, de lo existente. Cuando se ocupa del ente, no se ocupa de sectores, sino de algo
que parece ser común a todas las regiones de lo dado. No se ocupa de la existencia en particular,
sino del significado del existir, de aquello que tienen en común todas las cosas que existen.
Este campo del saber buscado se ocupa entonces de lo existente haciendo abstracción de lo que algo
es en cada caso, de su particularidad. En otras palabras, la Metafísica, tal como la entiende
Aristóteles, es una ciencia universal. No porque se ocupe de todo —no hay una ciencia que se ocupe
de todo para Aristóteles—, sino universal en el sentido de que se ocupa de ciertos rasgos que
comparten todos los entes. Rasgos comunes que tiene lo dado por el mero hecho de que existe.
Podríamos hablar entonces de aspectos formales de lo existente como tema de una ciencia del
ente en tanto ente: la elucidación de algunos rasgos formales que lo definen y constituyen como
el ser que es. Como vamos a ver enseguida, esto es lo que solemos llamar una ontología —repito,
una expresión que tampoco conocía Aristóteles. También podemos definir esto como lo hace
Tugendhat, un filósofo contemporáneo que se dedica a la filosofía analítica,
y que define esta visión de la Metafísica como una semántica formal.
Vamos a una tercera caracterización de la Metafísica, que se ocupa, para Aristóteles,
del Ente Supremo, que es Dios, el motor inmóvil,
que es caracterizado como inmaterial o acto puro. En este caso se trata
de una región particular. Aquí sí, de lo existente, aunque eminentemente existente.
Y esto es lo que la tradición filosófica ha entendido por una Teología Filosófica.
En cuarto lugar —y este es un tema central—. Me refiero al libro “Gama” de la Metafísica.
Un tema central, ubicado en el ámbito de la Metafísica, es la teoría de la verdad. Un
tema que está actualmente muy de moda. Hay múltiples teorías de la verdad que
difícilmente se entienden a sí mismas como especulaciones metafísicas. En todo caso,
para Aristóteles esto formaría parte del caso temático de la verdad.
Tenemos entonces cuatro temas diferentes abordados por Aristóteles. Podemos agregar un quinto tema,
y es que la Metafísica, tal como la entiende Aristóteles, desarrolla temas que hoy
ubicaríamos en el ámbito de la Teoría del Conocimiento, en la Epistemología,
en el sentido que esta palabra tiene en el mundo anglosajón. Sobre todo,
se trata de una forma suprema del saber. Temas que solo en parte Aristóteles retoma.
Ahora bien, ¿es posible unificarlos o se trata de distintos proyectos? Este es un saber sobre
los constituyentes últimos de la realidad en su conjunto. La Filosofía Primera está dirigida a
establecer los rasgos de la divinidad. Se preocupa por un ser supremo y presupone,
entonces, la existencia de una multiplicidad. Esto es muy importante para lo que vamos a ver
más adelante. Presupone que hay entes primarios y hay entes secundarios.
Por último, la Ciencia de las Primeras Causas y Principios no se identifica necesariamente
con ninguna de las anteriores. Por principios o causas no se está pensando en la divinidad,
sino en axiomas comunes a todos los entes. Debemos ubicar en estos aspectos formales una
Teoría de las Categorías, que la desarrolla en otro libro pero que está vinculada.
El Principio de No Contradicción sería más que un ejemplo: un caso paradigmático para Aristóteles,
porque constituye para él un axioma supremo. También los axiomas tienen una jerarquía
para Aristóteles, y este es considerado el Principio Último, que no es una propiedad
específica de una región del ente o de lo divino, ni tampoco un elemento que caracteriza una cosa.
Entonces, el libro que nos ha legado la tradición con el nombre de Metafísica
contiene una serie de catorce tratados cuyos temas resultan hoy heterogéneos,
una heterogeneidad difícil de reducir. Es probable que esta heterogeneidad no necesariamente
haya sido vista así por Aristóteles. En todo caso, una forma de conciliar puede
considerarse como proyecto divergente y hasta contradictorio de la tesis que establece fases.
En la tesis del pensamiento aristotélico resulta difícil establecer cuál es la unidad de esta
multiplicidad de proyectos. Se podría pensar que corresponden a diferentes fases de la evolución
del pensamiento aristotélico. Cabe pensar en el libro de Jaeger sobre Aristóteles —es un
libro sobre Aristóteles y la evolución de su pensamiento— que ha adquirido y dado un giro
muy importante ya hace algunos años. En todo caso, es la tesis de Jaeger. Después hubo muchos autores
que tomaron esta tesis de forma diferente, pero la idea es establecer etapas en el pensamiento
del autor y, entonces, tratar de solucionar la contradicción de las partes que produce
el hecho de que hay proyectos que no solo son diferentes sino que pueden resultar incompatibles.
En el caso de Jaeger, se hace corresponder la Teología Filosófica expuesta en el libro
“Alfa” con una etapa anterior del pensamiento del filósofo, mientras que la Ciencia del
Ente en tanto Ente correspondería a la etapa de su pensamiento maduro.
Interesa en este caso delimitar el campo de la Metafísica,
mostrando cómo ya en Aristóteles nos movemos en un terreno donde poseemos diversos mapas,
tan diversos que no sabemos si se trata del mismo terreno.
Vamos a retomar ahora lo que veníamos viendo de los distintos aspectos.
Lo que fue llamado posteriormente Metafísica se constituye en una disciplina que no
solo concierne al ámbito propio de cada ciencia, sino que se ocupa de establecer:
a) Una relación de fundamentación. Por lo tanto,
trasciende los límites de cada ciencia en particular.
b) Una jerarquía de las ciencias en los campos del saber.
Esa es la Filosofía Primera. Se trata de causas o principios que Aristóteles llama primeros. De
este modo nos enfrentamos a una búsqueda de un conocimiento de los supuestos últimos.
Más allá de esto no podemos ir. Una búsqueda de lo absoluto. Y,
por lo tanto, esto tiene una pretensión de explicación última o concluyente.
Es en este contexto que tiene larga difusión la elucidación de los primeros principios lógicos,
principalmente el libro Gama, de los principios de no contradicción. Y así como habíamos antes
hablado de ontología, no disponemos de un término equivalente para caracterizar esta ciencia.
Podemos hablar de una ciencia fundacional, de una ciencia de lo incondicionado, o de lo
absoluto —si utilizásemos anacrónicamente este término—, una ciencia universal.
Entonces, esta ciencia universal no pretende ser una ciencia omniabarcadora —algo así como
sistema filosófico—, no es una ciencia de algo particular, pero tampoco de todo. El
planteo es desde una mirada dirigida, en forma transversal, a lo existente,
a la totalidad de lo dado. Va a establecer las propiedades formales que comparte la diversidad
de los entes existentes. Por ejemplo, el mero hecho de existir: ¿qué es ser algo?,
¿qué es ser uno?, ¿qué es ser múltiple?, ¿qué es tener una forma?, ¿ser un individuo?,
¿constituir la cosa acerca de la cual podemos hablar, de la que podemos predicar otra?
La Metafísica es definida por Rudolf Goclenius, filósofo de la Escolástica Protestante Alemana
del siglo XVII, con el nombre de ontología. Pasó a la historia por haber acuñado esta palabra.
Recapitulemos lo que vimos hasta ahora, porque veo que no voy a
poder desarrollar el tema como a mí me gustaría, pero lo vamos a continuar.
¿Qué es la Metafísica para Aristóteles?
Un tipo de saber libre. Absoluto —eso quiere decir libre. Incondicionado. Que se busca
alcanzar o con la teoría general de las formas del ser —o sea, como ontología—, en primer lugar.
En segundo lugar, la ciencia de los primeros principios y la explicación última.
Tercero, una Teología Filosófica. Cuarto, una teoría de la verdad.
Quinto, la forma de un saber
eminente o una Ciencia Fundamental o Fundacional (fundante, suprema).
Este proyecto implica entonces una pretensión de universalidad y,
por lo tanto, una mirada abarcadora que trasciende el campo de las disciplinas
particulares. Así como la pretensión de explicación última. Una forma de sabiduría
que constituye una actividad libre en tanto no dependiente.
Esta palabra sabiduría es muy interesante. Vale la pena detenerse un momento en esto,
porque para esos autores que tratan la tradición griega clásica —y posteriormente también para la
modernidad—, estos autores ven a la filosofía como cierta forma de sabiduría. Eso contrasta
mucho con la forma en que se la suele ver contemporáneamente, transformada en parte en
una técnica, en un saber histórico. Ha perdido un poquito el contacto con la vida. Uno podría pensar
todavía en autores del existencialismo, o ligados a él, donde habría cierta relación con los temas
de la muerte, de la vida, de cuestiones que, como en el caso de Kant lo plantea,
no pueden dejar de plantearse para nosotros. Siempre van a seguir siendo fundamentales.
No debemos perder de vista esto: que la filosofía, en sus diferentes aspectos, tiene un objeto.
Eso es lo importante. Teorizar acerca del objeto en nuestras teorías —provisorias,
al igual que en las otras ciencias—, sin perder de vista el objeto. Entender esta pretensión de
sabiduría, de ayudarnos a entender mejor lo que hay, la vida en general, y los problemas
centrales de la aventura de la existencia. Eso es algo que no debemos perder de vista.
Esta ciencia se refiere a una presencia muy privilegiada de lo que es,
y este es un sentido que se acentúa en autores neoplatónicos posteriores.
Aristóteles —como ustedes saben— es un autor mucho menos metafísico que Platón.
En todo caso, y aunque es un tema discutido, este es otro de los sentidos que también puede
inferirse del proyecto aristotélico, si bien en los textos de Aristóteles se encuentran
fuertes rasgos antimetafísicos, como oposición a lo suprasensible.
Vamos a ver cómo estos rasgos de la tradición filosófica que se asocian con el nombre de
esta disciplina han pasado a la filosofía contemporánea en un escenario heterogéneo que
corresponde a proyectos diferentes. Para esto, vamos a hacer una recapitulación:
saltamos desde Aristóteles a Hegel y hacemos una referencia a la historia de este término.
En las Lecciones de historia de la filosofía, Hegel dice lo siguiente:
“Con Parménides comienza la filosofía propiamente dicha. Allí se percibe la
elevación al reino de lo ideal. Un hombre se libera de todas las representaciones y opiniones,
les niega toda verdad, y dice sólo lo necesario: ‘el ser es lo verdadero’. Este comienzo es por
cierto todavía confuso e indeterminado, no puede aclararse más lo que implica...
pero precisamente en esta aclaración... consiste la formación de la filosofía.”
Es decir, la historia posterior de la filosofía —que aquí todavía no está presente— es una
elucidación del sentido que tiene este término desde Parménides. Detengámonos acá un momento.
¿Por qué considera Hegel que recién con Parménides comienza la filosofía propiamente dicha, y no con
otros filósofos presocráticos? ¿Qué es lo que le llama la atención del planteo de Parménides?
Porque otros hablaban del agua, del fuego. En cambio,
Parménides fue el primero que habló del ser.
Exacto. Acá nos encontramos con algo muy raro. Todo el mundo tiene una noción de
lo que es el agua, de lo que es el fuego, de lo que es la tierra, de lo que es el amor,
el odio. Pero ¿el ser? Es algo muy extraño. La filosofía propiamente dicha empieza, para Hegel,
con Parménides. Y es la metafísica, la filosofía primera. Y empieza con Parménides porque aquí nos
estamos topando, por primera vez, con un concepto que —de alguna manera podríamos
decir— es inmaterial. Pero en todo caso es un concepto heterogéneo, que rompe con la forma en
que vemos la realidad cotidianamente. Es un concepto artificial, reflexivo.
Si ustedes le comentan por la calle a una persona que están pensando acerca de si el ser es,
o el no ser no es, probablemente esta persona esté más preocupada por la salud mental de ustedes que
por el contenido de la pregunta. Es decir, aquí nos enfrentamos con un concepto que rompe la
cotidianeidad. No es un objeto material, y sin embargo es algo que adquiere sentido. Es algo
que podríamos calificar, en lenguaje de Hegel, como abstracto. Conservamos muy poco del poema
de Parménides y, sin embargo, se lo considera un texto central de la historia de la ontología,
de la metafísica. La historia posterior de la filosofía es, en parte, un intento de aclarar
esta concepción y este equívoco. Muchas veces los equívocos son más productivos
que las tesis particulares. En este caso, es un lenguaje —como ustedes saben— es un poema,
un texto que debe ser necesariamente interpretado, que no lo podemos tomar en su literalidad;
requiere una interpretación. Pero hay un consenso. Así como también hay un canon de la literatura,
que también son clásicos, hay un canon de la filosofía, de lecturas de Parménides,
que es un autor fundamental y fundante de la tradición filosófica.
De modo que algo sucederá con este término, ser, que vamos a tratar de continuar en esta línea.
También en Aristóteles nos enfrentamos a un lenguaje complejo,
precisamente esta fórmula extraña: “el ente en tanto ente”. En nuestro idioma,
las palabras no se corresponden exactamente con el griego clásico,
no cabe duda. Tò ón (τὸ ὄν), en la tradición, se conoce como “el ser”.
Podríamos decir, en una primera aproximación, que se trata de algo ideal, abstracto, no sensible.
Este discurso es diferente, entonces, del discurso acerca del agua, el fuego, etc.
También los jonios buscan un arkhé (ἀρχή), un principio —término que significa “origen”,
“fundamento” o “comienzo”— que también podríamos pensar, en un autor como Heráclito,
como un autor que podríamos incluir en la tradición de la metafísica. ¿Qué les parece?
Porque tampoco estamos pensando en algo estrictamente material si pensamos en
la noción de devenir. ¿Podríamos incluir a Heráclito en la tradición metafísica?
También por la noción de Lógos (λόγος).
Podríamos decir entonces que Heráclito está más cerca de la metafísica,
quizás, que otros autores presocráticos.
Hay que tener en cuenta lo siguiente: de acuerdo a la cronología disponible en la época, Heráclito
era visto como un sucesor de Parménides. De modo tal que también se lo trata como que deriva su
principio a partir de Parménides; cosa que hoy es muy discutible —este orden, lo digo al margen—.
Quiero darles algunas características de la tradición metafísica que nos van a acompañar a lo
largo de todo el curso. Podríamos decir, en primer lugar, que la metafísica se mueve, en general
desde su fundación, en un espacio bipolar. ¿Qué quiero decir con esto? Que, por un lado, tenemos
ya desde el comienzo, en Parménides, la oposición básica entre ser y no ser, ser y apariencia. La
tradición metafísica se mueve en torno a conceptos bipolares. Es una tradición paradójica, se opone a
la dóxa. Para esta tradición, hay un mundo de la apariencia, un mundo de la opinión común, porque,
dada una tesis como la de Parménides —“sólo el ser es”—, es evidentemente algo contraintuitivo,
diríamos hoy; algo que no parece evidente, sino algo a lo que se llega a partir de una inferencia.
Los autores metafísicos están dispuestos a abandonar sus creencias en la medida
en que sus convicciones los lleven a aceptar determinados principios,
aun en contra de la vida cotidiana y el mundo que los rodea. Ya en Parménides nos encontramos con
autores cuyas formulaciones son paradójicas, que van más allá de la dóxa, y presentan un
mundo dividido: la realidad y la apariencia, y la creencia de que hay una realidad más verdadera,
más profunda, a la que accedemos no mediante los sentidos, sino mediante el lógos. Lógos en griego
significa "palabra", "razón" o "discurso", y en este contexto alude a la facultad racional que
permite alcanzar un conocimiento más verdadero que el proporcionado por la percepción sensible.
Entonces, tenemos una tradición de la que mencionamos algunos conceptos como ser,
ousía, substancia. Ousía, en griego, proviene del verbo einai (“ser”) y suele traducirse como
“esencia” o “sustancia”, lo que realmente es. Pero también es característico de esta tradición,
en la mayoría de los autores metafísicos, esta duplicidad del mundo de lo sensible,
de la dóxa, y un mundo más profundo al que se busca acceder a través de la razón.
Ustedes van a ver, mas adelante en otros podcast, a un filósofo británico: McTaggart,
a quien podríamos llamar un Parménides contemporáneo, cuya tesis principal es
que el tiempo no existe. El tiempo es una apariencia: no existe. Esto, dicho así,
parece simple, pero no es tan fácil refutarlo, teniendo en cuenta las razones que llevan a
McTaggart a sostener esta tesis. De modo tal que uno va a encontrar permanentemente en las revistas
filosóficas: “nueva refutación de McTaggart”, “nuevo intento de refutar a McTaggart”,
etc. Es decir, muy poca gente está convencida de eso, pero los argumentos están muy bien armados.
En todo caso, lo que quería decirles es que esta es una tradición que tiene estas características:
una visión distinta, no empirista, no materialista; un mundo dual;
una oposición a la que se accede a través de la reflexión, y una separación de la vida cotidiana.
Me gustaría mostrarles hasta qué punto esta tradición continúa hoy en la filosofía
contemporánea, en forma muy diferente, por cierto, ya que hay muchas cosas que
no se pueden sostener hoy, pero creo que la empresa metafísica aún puede defenderse.
Hemos trazado hoy los primeros contornos de una tradición filosófica que,
desde su nacimiento en Grecia, no ha cesado de interrogar el ser,
la realidad y el fundamento. Lejos de estar clausurada, la metafísica sigue
viva allí donde el pensamiento se atreve a ir más allá de la superficie de las cosas,
donde se pregunta no sólo qué es esto o aquello, sino qué significa “ser” en cuanto tal.
Seguiremos recorriendo juntos este camino arduo pero apasionante,
con la convicción de que en la claridad del pensamiento, en la fidelidad a los textos
y en la apertura de la razón, podemos aún hoy encontrar sentido, interrogación y profundidad.
Gracias por acompañarnos. Esto fue el primer episodio del ciclo dedicado a la metafísica
en Podcast de Filosofía y Letras. Nos reencontramos en el próximo capítulo.
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